lunes, 22 de enero de 2018

CDXXXIV.- Pimienta de Voatsiperifery.


XII.- PIMIENTA DE VOATSIPERIFERY



Andrés despertó en la UVI, era difícil determinar la hora exacta. Le despertó el movimiento de los enfermeros, el ir y venir entre boxes. Pese al jaleo, Andrés despertó con sensación de placidez, sin duda inducida por calmantes, tranquilizantes, somníferos y sueros varios.

Hacía frío, se sentía desnudo debajo de la bata verde desechable. Un enfermero empezó las tareas de desconexión, primero la sonda, un tirón seco que le colocó al borde del dolor intenso para luego sentir un alivio que le llevó de nuevo a las puertas del sueño. Después las vías ensambladas sobre el haz de la mano izquierda. Le dejaron únicamente una pinza en el dedo índice, que le conectaba a una máquina que marcaba el ritmo del corazón.

Andrés tenía hambre, sabía que todavía pasarían horas antes de que pudiera ingerir algo sólido: una tortilla francesa y algo de verdura hervida.

El enfermero le anunció que en cuanto el doctor hiciera la ronda le subirían a planta. No muchos datos más, sin posibilidad alguna de entablar diálogo.

Andrés entornó los ojos y se concentró para intentar mitigar el apetito. Qué lejos quedaba la imagen de Mariam rehogando unas verduras en una sartén amplia, a fuego vivo. Ponía dos dientes de ajo pelados, los dejaba juguetear en abundante aceite hasta que tomaban un poco de color, enseguida añadía unas judías verdes tersas y redondas, recién cogidas, un puñado, justo lo que pudiera haber apresado de la caja. Meneaba la muñeca para que la verdura saltada.

Bajaba un pelín el fuego y pelaba y picaba en bastoncillos unas zanahorias, dos o tres, no muy viejas. Era increíble la maña que se daba en preparar la zanahoria. Volvía otra vez a las maniobras rápidas de muñeca para que las verduras apenas tocaran unos segundos la superficie caliente de la sartén, empapándose en el aceite.

Había reservado unos tacos de jamón serrano, no muy secos, poco más de un par de cucharadas soperas.

El jamón evitaba que hubiera de echarle sal.

Un par de puñados de guisantes recién desenvaniados, una cebolla morada picada en juliana, unas briznas de tomillo, sal y bolitas de pimienta exótica. Un vasito de txacolí, nuevo meneo durante 3 o 4 minutos, no mucho más. La verdura debía quedar crujiente. Poco antes de apagar el fuego estrellaba un par de huevos de corral, de yema naranja. Apenas empezaban a cuajar retiraba la sartén de la lumbre, daba un par de golpes de mano más y luego, ayudándose con un cucharón de madera, llevaba las raciones al plato. Andrés acababa de subir con una barra de pan, recién hecha. Así había quedado anclada su ideal de felicidad, anclada en un pasado remoto, que sólo de tanto en cuanto se liberaba de la estrecha vigilancia de la memoria de Andrés.

El doctor Halil sacó a Andrés de la duermevela y los recuerdos. Sonriente, sin afeitar. Sólo la bata blanca alejaba al doctor de los sospechosos, la bata, la cara rasurada y la sonrisa. Aunque puede que fuera un problema de perspectiva. Aquel argelino, marroquí, tunecino o mauritano no le generaba inquietud alguna, más bien al contrario. Quien sabe si aquella mirada intensa en otro contexto le convertiría en un peligro más, bastaba conque se le alborotara un poco más el pelo, le creciera un poco la barba y que la ropa estuviera un poco más ajada.

Seguramente tendría que asumir que su tiempo se había agotado, que el otrora héroe legendario era ahora un prejubilado obsesivo, un maniático.

El doctor Halil le dejo que todo había quedado en un susto, en un ataque de ansiedad y una taquicardia, poco más. Que había alguna arteria afectada que tendrían que revisar pasadas las vacaciones, que no descartaban una nueva intervención, nada urgente.

EL traslado no era inmediato, había que aguardar a que quedara alguna habitación libre. Le aseguraban apenas tendría que estar 48 horas más en el hospital, en breve regresaría a casa.

Andrés estaba terminando de eliminar calmantes, sedantes y somníferos, una situación ideal para entrar y salir en la penumbra del sueño, perder la noción del tiempo y dejar que los minutos transcurrieran como en una ensoñación. El frio persistía, no era muy intenso, se concentraba en la punta de los dedos de los pies, que movía con cierto nervio pensando que habían quedado al descubierto.

A los pies de la cama le esperaba el paquete con el libro, un paquete sin abrir. No tenía ni las fuerzas, ni la movilidad suficiente para poder incorporarse, estirar el brazo y coger el bulto, mucho menos para desenvolverlo. Allí quedaba semioculto entre las sábanas. Andrés tuvo miedo de que quedara olvidado en el traslado a la habitación, que cayera al suelo o fuera recogido, furtivamente, por un enfermero curioso.

Era un libro grueso, de por lo menos trescientas páginas, de tapa dura, lo había visto en alguna ocasión en la tienda del museo. Había optado por encargarlo on line, de segunda mano, sensiblemente más barato que los ejemplares relucientes que hojeaba de vez en cuando en los anaqueles de la tienda. Podría afirmar que, al cabo de unos meses, había conseguido leerlo por completo, sin embargo, deseaba disponer de un ejemplar que poder manosear con calma en casa, sin miedo a que una de las dependientes le llamara la atención. Quien sabe si poder subrayarlo, toquetearlo hasta hacer suyas todas y cada una de las páginas, cada imagen.

Al dar una de las cabezadas se enredó en una imagen de ficción en la que las Meninas se habían convertido casi en una escena de una película de dibujos animados, el propio Andrés se había convertido en uno de los personajes.
  Resultado de imagen de meninas equipo crónica

Hubo un tiempo en el que solíamos ser hombres, aunque ahora nos hayamos convertido en árboles.

Andrés hacía meses que se había convertido en árbol, luchaba en vano. Atrás quedaba el ser mitológico, el semidiós expulsado del paraíso, condenado a vagar. De aquel hombre apenas quedaba su esqueleto, su piel cerúlea, sus músculos ya destensados, sus ojeras, la barba cana e irregular. Los rastros de quien un día fue y ahora quedaba enraizado en un mínimo parterre de una avenida soleada.

Andrés tenía la boca seca y le resultaba difícil distinguir la realidad del sueño, discernir qué voces llegaban del exterior y cuales eran creadas por la resaca de barbitúricos. Los médicos, sobre todo en urgencias y en verano, no asumen riesgos frente a un posible colapso. Con el paciente sedado es mucho más sencillo maniobrar.

Durante uno de los períodos de vigilia sintió como era trasladado a planta. Le desconectaron de los últimos aparatos, le pasaron a una camilla y le cubrieron con una manta más tupida para que el trasiego hacia la habitación se produjera sin incidentes.

El enfermero le mostró el aparatoso paquete, se lo escondió entre las sábanas, en contacto directo con la mano desnuda.

En la habitación le esperaba impaciente la inspectora Mencheta. Parecía llevar allí todo el día. Mientras los enfermeros maniobraban con Andrés para colocarle en la cama, Mencheta empezó a hablar: «Ya me han dicho que todo ha quedado en un susto. Menos mal. Me sentía culpable. Pensaba que mis palabras, duras, habían desencadenado de nuevo a la bestia. Quizás fui demasiado severa».

Tan seca tenía la boca Andrés que le fue imposible articular una sola palabra. Hizo un gesto a Mencheta para que le pasara un vaso de agua. A duras penas pudo incorporarse, le temblaba el pulso y sintió vergüenza de que le vieran casi desnudo, indefenso, dolorido, aturdido.

« No hay mayor dolor que recordar la felicidad en tiempos de miseria». Fue lo único que pudo articular Andrés.

«Veo que sigue leyendo y citando a Dante». Sonrió, por fin, Mencheta.

«Hay invasiones de las que cuesta liberarse».

«Anglada me llamó nervioso esta mañana. Nervioso porque no había acudido al Museo y porque nuestros hombres estaban especialmente inquietos y activos. Anglada aseguraba que nunca les había visto juntos y, sin embargo, esa mañana los cinco habían estado unos minutos frente a la puerta de Murillo poco antes del mediodía. Poco más le puedo contar».

Andrés quedó en silencio, mirando fijamente a Mencheta, que parecía compungida. En un instante ella recompuso su figura, volvió de nuevo a la pose rígida y distante de una inspectora del servicio de información. Caminó hacia la puerta y se despidió escuetamente.

«Después de verle me quedo más tranquila. No se preocupe por nada. Para eso estamos nosotros».

Pimienta de Voatsiperifery (Piper Borbonense). Originaria de Madagascar.

Su nombre viene del idioma malgache en el que Voa significa fruta y tsiperifery se refiere a los sarmientos de los que nace la pimienta (viñas de pimienta).

Notas de madera, aromas florales y frescor de cítricos. Es una pimienta ligera.

Recolectada sobre lianas de 30 metros de altura, florece en el dosel arbóreo. Crece en estado salvaje en el bosque primario al sudeste de la isla de Madagascar.

Adecuada para verduras crujientes, salsas emulsionadas, aves de corral asadas, setas salteadas y postres de chocolate fundido.

1 comentario:

  1. Tienes a tus seguidores descansando de las vacaciones, el cuadro me ha divertido mucho, han modernizado mucho el mobiliario. Jubi

    ResponderEliminar

Muchas gracias por los comentarios, es la única manera de poder mejorar. Esta página surge por la necesidad de compartir algunas inquietudes, de ahí la importancia de tu mensaje.