miércoles, 21 de septiembre de 2016

CCCXCVI.- Versiones y perversiones del bizcocho de San Fanourios


Si algo he aprendido durante todos estos años es lo complicado que resulta ser original, cuando cocino me contento con hacer versiones de platos que he probado o de recetas que voy recopilando.

         Es difícil establecer el límite entre la versión y la perversión. En la música puede que sea más sencillo. Primero identifico el original: Frank Sinatra, extraños en la noche (https://www.youtube.com/watch?v=-T-WpMMRrh0). La versión sería de Julio Iglesias (https://www.youtube.com/watch?v=eqGzqZsZ_i0). He encontrado una perversión estupenda del Pescadilla (https://www.youtube.com/watch?v=gjrKpnaLy7c).

         De las tres opciones yo me quedo con la del Pescadilla, está claro que si quisiera seducir a alguien lo haría con la perversión del Pescadilla, no con la receta original o con la versión ortodoxa y relamida de Iglesias.´

         Pervertir tiene su origen en el latín, pervertere, que significaba volcar, invertir o dar la vuelta.

         La vida y la cocina están llenas de vueltas y de revueltas, de pequeñas o grandes perversiones. Por razones que no vienen al caso leía hace unos días sobre la leyenda de Leda y el Cisne, obsesión de Zeus por seducir a jovencitas – con Europa se convirtió en toro, con Egina prefirió tomar la forma de un Águila, con Día optó por un caballo, con Leda un cisne -. Puede afirmarse, sin lugar a dudas que Zeus era un perverso y que para sus tropelías se convertía en distintos animales.

         He buscado distintas versiones de los actos de seducción de Zeus, la que más me ha gustado es la atribuida a Boucher, un pintor francés del siglo XVIII, plena efervescencia rococó. A Boucher le atribuyen una evocación del mito de Leda y el Cisne que seguramente no pasaría los filtros de permisividad del Facebook, por eso dejo el enlace para los más osados (https://es.pinterest.com/pin/131448882851266755/). Como no quiero ser expulsado de las redes me contento con reproducir un cuadro de Boucher también sobre Leda y el Cisne políticamente más correcto.
François Boucher. Leda and the Swan.

         Toda esta digresión sobre la perversión tiene que ver con San Fanourios, un santo griego ortodoxo especializado en ayudar a encontrar objetos perdidos y en predecir el destino de las jóvenes solteras. San Fanourios se celebra el 27 de agosto, ese día quienes han perdido algún objeto de valor o las solteras que quieren saber cuál será su futuro le ofrecen un bizcocho, el bizcocho de San Fanourios.

         El pasado domingo para culminar mi gran comida griega me dispuse a cocinar un bizcocho en honor del santo, ni he perdido nada ni estoy intrigado por mi futuro, pero me apetecía hacer un dulce griego que no fuera muy empalagoso.

         Esta es la receta del bizcocho, tomada del recetario de Vefa:

Precalentar horno 180 c.- Molde con matequilla y harina.

Se mezcla (175 g de harina pastelera, con levadura, 175 gm de nueces, canela y clavo. En una batidora se vierte el aceite de oliva (120 ml, puede ser de girasol), 120 ml de zumo de naranja, 4 cucharadas de brandi. En otro cuenco se baten los 4 huevos con el azúcar (300 rm de azúcar glasa) hasta tener una masa ligera y esponjosa.

Se vierten los ingredientes líquidos en la mezcla de frutos secos y se remueve bien. Luego se añade la mezcla de huevo de modo esponjoso.

Se vierte en el molde y se hornea 45 minutos. Se sirve con azúcar glas y frio.

Sobre esta receta empecé con las versiones hasta convertirla en una perversión.

Empecé separando las yemas de las claras, puse en el thermomix las claras con una pizca de limón y otra de sal para levantarlas a punto de nieve.

En un bol me puse a batir las yemas con el azúcar – 200 gramos en vez de 300 -, lo batí bien hasta que las yemas empezaron a blanquear.

Añadí el zumo de naranja y ralladura de la piel de naranja, como no tenía brandy le añadí un chorrito de amareto. Aceite preferí el de oliva en vez de girasol.

Incorporé la harina tamizada y seguí batiendo la masa. Después incorporé las claras levantadas a punto de nieve.

Puse en un plato sopero 85 gramos de nueces picadas y otros 85 gramos de manzana pelada y partida en pedacitos.

Mezclé con cuidado de que la masa no perdiera mucho volumen, luego pasé la mezcla al molde y lo puse en el horno, 25 minutos en vez de los 45 que indicaba la receta.

La receta inicial de San Fanourios se convirtió en un bizcocho esponjoso de nueces y manzana. El 27 de agosto en el calendario católico es santa Mónica, por lo que el bizcocho lo hice en honor de santa Mónica.

Si en música me quedé con el Pescadilla y en pintura con la versión pornógrafa de Boucher, en pastelería no me quedaba otra opción que pervertir a San Fanourios.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

CCCXCV.- El diablo está en los detalles. La piperada filosofal.


He preparado miles de sofritos, tengo una amiga, no especialmente cocinillas, que me comenta que ella deja de leer las entradas del blog justo cuando empiezo a pochar la cebolla.

El sofrito es una rutina fundamental, casi un mantra en la cocina, el inicio de muchas recetas. Se tiende a pensar que el sofrito es uno de los pilares de la cocina mediterránea, ciertamente así parece, pero cuando uno escarba un poco se da cuenta de que en realidad es un ejemplo de mestizaje en los fogones. Cierto es que el aceite de oliva está en la médula de los guisos mediterráneos, pero el tomate y el pimiento vienen de América, por lo que el sofrito en el modo en el que lo conocemos hoy es un invento del siglo XVII.

AL automatizar el sofrito a veces olvido la importancia que la química tiene para preparar esta base, esta salsa. El sofrito es un prodigio de la química que permite trabar ingredientes en apariencia irreconciliables, el secreto está en la paciencia (fuegos al mínimo), en el mimo cuando se remueve (siempre con cuchara de madera) y en la magia de la sal, de la pizca de azúcar, del golpe de pimienta, de la punta de comino, el pellizco de perejil o de orégano, la levedad de unas hojas de albahaca.

El sofrito es, pues, una encrucijada mucho más compleja de lo que aparenta. Por eso hoy quiero dedicar unos minutos a la piperada, una receta de raíces provenzales (piperada tiene su etimología en la palabra piper, pimiento en provenzal). La piperada se instala con comodidad en la cocina vasca, aunque lo cierto es que aparecen variantes de este sofrito en la práctica totalidad de recetarios regionales españoles.

La piperada es un sofrito apoyado en la contundencia de los pimientos asados. Un sofrito que puede ser considerado una mera salsa que acompaña a carnes y verduras, o que puede convertirse en plato principal. Es fundamental decidir qué tamaño queremos darle a las verduras, sobre todo a los pimientos, también es fundamental decidir si al final añadimos calabacín o berenjena para convertir el plato en un pisto o en una sanfaina.

Mi piperada aspira a ser una salsa que acompañará este domingo a un asado meloso de cordero. No será una base del guiso, es decir, no empezaré haciendo el sofrito que luego vaya al horno. Será una salsa independiente que se incorporará al cordero en el momento de emplatar.

Mi piperada será un sofrito que se aproximará a la mermelada, exige que la verdura se corte en daditos muy pequeños y que confite lentamente, ayudada por un poco de azúcar, algo de comino y un hatillo de romero, laurel y tomillo.

Habré de preparar una cantidad generosa ya que preveo cocinar para 12 comensales.

Picaré primero dos dientes de ajo. Sin encender el fuego buscaré una sartén grande a la que añadiré cuatro o cinco cucharadas (soperas) de aceite. Con el fuego apagado pondré el ajo picado.

Fuego muy suave para que no se quemen los ajos, ni siquiera tendrán que dorarse.

Mientras se atempera el aceite pelaré y picaré muy finas dos cebollas hermosas. Las incorporaré rápidamente a la sartén para que se mezclen bien con el ajo.

No soy partidario de echarle sal de inmediato a la cebolla, prefiero que sude bien en el aceite, si se le añade pronto la sal se acelera la pérdida de agua y se corre el riesgo de que en vez de sofreír hirvamos.

Mientras se atonta la cebolla – fuego al mínimo, por dios -, pelaré y despepitaré 6 tomates de pera hermosos y maduros. No hace falta picarlos, basta con incorporarlos a la sartén abiertos por completo, yo suelo quitarles el nervio central que es duro y blanquecino, son manías de viejo marmitón.

El fuego sigue estando bajo. Mezclo los tomates con la cebolla ya pochada y el ajo. La sartén empieza a teñirse de rojo, los tomates empiezan a soltar agüilla, inundan la sartén. Subiré un poco el fuego para acelerar la evaporación. El guiso empezará a chisporrotear suavemente, yo no pararé de removerlo con el cucharón para ayudar al tomate a que se deshaga.

Bajo de nuevo el fuego y añado una cucharadita de sal, un poco de pimienta y una cucharadita de azúcar. Sigo removiendo. El tomate ya se ha integrado en la salsa, casi no se distinguen los trozos de verdura, el guiso es un confite.

Llega el tramo final, hay que añadir unos pimientos asados y pelados – en los recetarios se ve de todo, desde quien mezcla pimiento rojo con pimiento verde a quien utiliza pimientos morrones de lata -. Mi piperada será con pimientos rojos asados previamente en casa, usaré la carne a tiras de dos pimientos rojos previamente asados (tal vez pueda asarlos a la leña, quien sabe).

Incorporo las tiras de pimiento al sofrito y sigo removiendo con cuidado, picando los pimientos con el canto de la cuchara para que se integren rápido y se conviertan en una jalea. Le pongo una cucharadita de comino, otra de perejil picado y unas briznas de tomillo.

Ya tengo la piperada que empapará al cordero que se estará asando tranquilamente en el horno.  Puede que para presentar el plato deshuese el cordero, lo empape con una cucharada del caldo del asado, otra de piperada y un poco de cus-cus de grano grueso.

He buscado cuadros con pimientos, de entre todos me han gustado los de Paul Signac.
Bon apetit.
Resultado de imagen de signac pimientos

lunes, 5 de septiembre de 2016

CCCXCIV.- Musaka en Naxos/Musaka de Naxos.


Tenía un mal recuerdo de la musaka, instalada en algún rincón de mi adolescencia, recuerdo un restaurante de Malasaña en el que anunciaban una musaka hecha solo con verdura, recuerdo que gustaba sobre todo a las chicas, los chicos optábamos por la empanadilla chilena, que era más contundente y ayudaba a empapar mejor el alcohol.

Aquella musaka adolescente la cocinaban a base de rodajas de tomate, siempre ácidas, rodajas de berenjena, siempre agrias, rodajas de calabacín, siempre y insulsas, y queso feta por encima, siempre ácido/agrio/insulso.

Ese recuerdo ha hecho que en las ocasiones en las que había viajado a Grecia hubiera huido de la musaka.

Mi último contacto con la musaka ha sido mucho más gratificante, me he dado cuenta de que mis recuerdos adolescentes estaban completamente equivocados y que aquellas musakas no eran musaka, sino tristes platos vegetales mal cocinados.

Esta vez sí he tenido la oportunidad de encontrarme con una receta que me ha encantado, aunque está llena de contraluces.

Mientras estuvimos en Santorini seguí huyendo de la musaka, veía las que comían otros turistas y se me revolvía el estómago, pensaba que eran las musakas de mi adolescencia – agrias, ácidas y tristes – con mucho queso rallado añadido, para contentar a los turistas.

La sorpresa la tuve en Naxos, una isla maravillosa. Llegamos en ferry a última hora de la tarde, negociamos con un taxista para que nos llevara a nuestro destino. Todas las guías recomiendan regatear. El taxista en una mezcla de inglés e italiano nos dijo que nos cobraría «tredichi», cargó las maletas y se puso a conducir como el mismísimo diablo, cabreado con el mundo por los altos impuestos que debían pagar los taxistas. Atravesamos pueblos de calles estrechas en las que el autobús de línea pasaba milagrosamente entre los edificios, obligando a paralizar por completo el tráfico en cualquier dirección.

Tras veinte minutos de curvas, baches y maldiciones en griego nos desviamos hacia la playa de Kastraki, allí se estrecharon todavía más las carreteras, nos cruzamos con varias motos en las que viajaban hasta tres personas, todas ellas sin casco, incluso alguno conducía la moto mientras hablaba por el móvil.

Al llegar junto al mar acabó la carretera asfaltada y el taxista se adentró por un camino rural que discurría al borde de la playa. Llegamos allí a nuestros apartamentos (Thalassa Naxos), entre pinos, a pocos metros de la arena de una playa espectacular de arena blanca, kilómetro y medio de playa prácticamente para nosotros solos.

Cuando paró el taxista respiramos y agradecimos haber llegado vivos. Yo, que me sentía rumboso, le di quince euros, el taxista torció el texto y recordó que el acuerdo era de tredichi, lo que resultaron ser treinta euros.

Nos recibieron los dueños del hotel, dos chicos encantadores que se ocupaban de la gestión de los pequeños apartamentos, de la limpieza y de un bar restaurante mínimo en la terraza. Thalassa Naxos era una finquita llena de niños corriendo semidesnudos y felices, de ingleses tomando cerveza y de chicharras. Sin deshacer las maletas nos acercamos a ver la playa, maravillosa y toda entera para nosotros. Al final de la playa se veía un chiringuito y decenas de cometas de surf.

Los encargados nos dieron algunas recomendaciones, básicas para sobrevivir en la zona, la primera era la de no comprar en ninguno de los supermercados próximos, eran muy caros y mal abastecidos, la segunda era que disfrutáramos de la playa y que no dudáramos en preguntarles sobre cualquier cosa que nos interesara de la isla. En el restaurante había una breve carta de supervivencia con sándwiches y ensaladas, además la madre de Nikolas, uno de los dueños, solía hacer un plato especial por noche.

Descargamos las maletas en un apartamento a ras de suelo, desde la terraza se veía y escuchaba el mar, bastaban cuatro pasos para llegar a la arena.

Teníamos que comprar algunas cosas indispensables para sobrevivir: leche para los desayunos, jabón para hacer una colada, un paquete de galletas, pan y fiambre. Hasta el día siguiente no nos daban el coche que habíamos alquilado y no nos quedó más remedio que ir a uno de los supermercados cercanos. No había casi nada en los estantes, ni lo básico para sobrevivir, el dependiente, descamisado y sudoroso, pasado de quilos y con pinta de no haber sido nunca simpático, nos miraba de reojo.

Cogimos las cuatro cosas básicas para esas primeras horas y en el momento de pagar nos dijo que no tenía lector de tarjetas de crédito (aunque lo tenía bajo el mostrador) y que sólo aceptaba cash. Después de nuestro primer contacto con el taxista aquel sujeto, el dueño de Zahara Market, nos volvía a dar una visión incómoda de Grecia y de los griegos. Refunfuñamos y pagamos en cash para no tener que ir a otro supermercado a un kilómetro de allí.

Nuestro apartamento tenía lo básico para sobrevivir, sin grandes lujos, muy limpio, con una terraza espaciosa y un baño mínimo en el que había un plato de ducha al que sólo se podía acceder si se cerraba la puerta. Salimos corriendo hacia el mar, ya terminaríamos de organizar la maleta y de tomar decisiones vitales, lo importante era darse ese primer chapuzón antes de que cayera el sol.

La playa de Kastraki idílica, aguas transparentes, fondos con todos los matices del azul y un arenal largo, casi desértico.

De regreso al apartamento, con los niños entusiasmado por la playa y todas sus posibilidades, charlamos un rato con los anfitriones, que nos recomendaron un restaurante que había a unos pasos de allí, en la misma playa, con una terraza llena de pinos. El restaurante era bullicioso, mal iluminado, mesas llenas de familias, la mayoría italianas, chicos jóvenes al servicio. La terraza del restaurante parecía la plaza de un pueblo en época de verbena. El sito se llamaba Paradise, acudimos varias veces durante nuestra estancia en Naxos. Allí pude ver más de cerca la musaka y me llevé alguna sorpresa, la principal era que la musaka no era un plato de verduras tristes sino un plato de carne, además en el Paraíso la musaka se servía con una base de patata hervida. Todo lo que comimos en el Paraíso durante nuestra semana en Naxos estaba estupendo, sin embargo, no me atreví a pedir allí la musaka.

Los críos estaban como locos con la playa, con la suerte de no tener que coger coche para ir a la playa y la posibilidad de circular libres entre los pinos hasta llegar al arenal. Entendimos rápidamente porque los niños ingleses circulaban medio desnudos como bestezuelas salvajes, enseguida nosotros nos adaptamos al lugar y empezamos a triscar.

Bajo las estrellas de la playa de Kastraki los niños empezaron a preguntarnos por lo que ocurría en Siria, por los barcos de refugiados, por los niños que tenían que abandonar su ciudad. Todo les parecía injusto, realmente lo era, y empezaron a hacer propuestas para intentar solucionar todo aquel caos. Hablamos de los mitos griegos, de las estrellas, de la necesidad de respetar a las personas, de acogerlas y asumir que en cualquier momento nuestra suerte podía cambiar. Hablamos de la revolución y me emocionó que dos niños de siete y nueve años se atrevieran a cambiar el mundo. Los mayores bebimos cerveza, la cerveza fría es eintrudl mejor de los remedios contra la sed, también bebimos vino a granel en jarra. Aquella primera noche no había probado la musaka pero me acosté pensando que debía darle una segunda oportunidad.

A la mañana siguiente en la pizarra de los apartamentos anunciaban que esa noche se serviría musaka. Nikolas, un comercial nato, nos aseguró que la musaka de su madre era la mejor de la isla, que la preparaba al horno, siguiendo una receta tradicional, nos aseguró que incluso a los niños les encantaría. Así que esa noche le di una segunda oportunidad a la musaka y me reconcilié con ella, hasta el punto de que va a quedar incorporada a mi recetario cotidiano, aunque introduciré algunos ajustes.

Las musakas de Naxos tienen todas una base de patata cocida, supongo que es una originalidad pensada para agradar a los turistas que, de ese modo en un solo plato puede comer carne, verdura, hidrato y lácteo.

He consultado algunas recetas de musaka tradicionales y he constatado que lo de la patata es una originalidad prescindible, aunque muy alimenticia.

La receta base de la musaka la he tomado del libro de Vefa Alexiadou, contrastada con un libro que me regalaron los niños en Naxos titulado la Cocina Griega con recetas tradicionales.

Los ingredientes de la musaka son:

-      2 kilos de berenjenas en rodajas (berenjena negra, de tamaño grande).

-      120 ml de aceite de oliva.

-      Una cebolla rallada.

-      Dos dientes de ajo en láminas.

-      500 gramos de carne picada (Vefa indica que debe ser de buey, en otros recetarios indican que la carne picada ha de ser de cordero. En mi caso voy a probar con una mezcla de 200 gramos de carne de cordero y 150 de ternera y 150 de cerdo).

-      450 ml de tomate fresco pelado, triturado y despepitado.

-      Una pizca de pimienta, una pizca de sal y otra de azúcar.

-      1 clara de huevo ligeramente batida.

-      Una pizca de perejil.

-      Mantequilla para engrasar el molde en el que se hace la musaka.

-      5 cucharadas de pan rallado muy fino.

-      100 gramos de queso kefalotiri (sirve también parmesano).

-      5 cucharadas de nata.

-      3 yemas de huevo ligeramente batidas.

-      Tres cuartos de litro de salsa bechamel.

(estos son los ingredientes y medidas para seis raciones cumplidas).

Hay que cocinarla con un molde de horno grande, de paredes altas.

No es complicado preparar la musaka, aunque sí que conviene tener un poco de método, lo que permite adelantar algunas fases o ingredientes incluso días antes de terminar de preparar la musaka.

La receta empieza cortando las berenjenas en rodajas. Es el primer paso porque hay que dejarlas durante al menos una hora en un escurridor para que pierdan el amargor propio de la berenjena (supongo que en la musaka de mi adolescencia el cocinero se saltaba siempre ese paso y la musaka era inevitablemente amarga).

Creo que la receta puede ganar y tener una presentación más moderna si las berenjenas se cortan en rodajas con ayuda de una mandolina, así saldrán rodajas un poco más finas.

Como no quiero traicionar mis recuerdos, para mi musaka voy a utilizar también calabacín, cortado también en rodajas del mismo grosor que las de berenjena. Si los calabacines y las berenjenas son de tamaño similar saldrán rodajas parejas que pueden mejorar la presentación.

En las recetas tradicionales el segundo paso es el de rehogar en el aceite de oliva las rodajas de berenjena (fuego medio, 6 u 8 minutos). La madre de Nikolas en vez de rehogarlas en la sartén lo que hacía era confitar las rodajas de berenjena en el horno, con un chorrito de aceite, a temperatura más suave (no me parece mala idea). De hecho, para mi guiso de musaka optaré por hornear las rodajas de berenjena y calabacín, salpimentarlas primero y después ir dándoles vueltas de vez en cuanto para que no se peguen (horno a 120 grados, el tiempo a ojillo).

Hecha la verdura se tiene que escurrir para que se desengrase bien.

En la receta de Vefa el siguiente paso es el de rehogar el ajo, la cebolla picada, el tomate triturado y la carne, aderezado todo con la sal, la pimienta y el azúcar, quedando una especie de boloñesa. Recomiendan rehogar la carne por lo menos 20 minutos, hasta que se haya reducido todo el líquido.

Aquí vuelvo a introducir alguna modificación a la receta original. Modificación que afecta a los tomates. Creo que voy a utilizar primero 4 ó 5 tomates de ensalada, un poco enteros, los voy a cortar con la mandolina para hacerlos a rodajas y los voy a confitar con la misma paciencia con la que he confitado la berenjena y el calabacín.

Utilizaré tomate triturado para hacer el sofrito con la carne.

En la receta de Vefa recomiendan dejar atemperar el sofrito de carne, que pierda calor, que quede templado. En ese momento se incorpora la clara de huevo batida y el perejil, se mezcla bien y se mantiene en reposo.

Hay que montar ahora la musaka. Se engrasa con mantequilla una bandeja que resista bien el horno (sirven de cristal de pirex o metálicas). Horno a 200º C.

Sobre la bandeja engrasada se espolvorea un poco de pan rallado y se coloca con cuidado la primera capa de verdura (si se hace con berenjena sólo la berenjena). Sobre las berenjenas se coloca una capa de la carne guisada, un poco de queso rallado y un poco de pan rallado. Una nueva capa de berenjena, una nueva capa de carne, queso rallado y pan rallado.

Hecha la última capa se prepara la bechamel, engordada con unas cucharadas de nata para cocinar y 3 yemas de huevo. Se cubre todo bien y se hornea durante 50 minutos, hasta que se gratine la parte superior.

Se retira del horno y se deja reposar unos minutos (15 dice Vefa) antes de servirla.

Yo creo que si la verdura está bien confitada y la carne bien guisada no es necesario someter el guiso a 50 minutos de horno, con 20 minutos y un toque de gratín en suficiente. Eso sí es importante que la musaka repose un rato y se asienten los ingredientes.

Sobre la receta original yo introduzco algunas variantes, primero en cuanto a la verdura (junto a la berenjena, añado calabacín y tomate confitados). También en la presentación, ya que aprovechando las rodajas de la verdura creo que haré una presentación individualizada, casi como un milhojas de musaka. También se puede aligerar un poco la bechamel no añadiéndole nata. Me parece buena idea lo de las yemas de huevo, que le dan más estabilidad a la besamel y la hacen más compacta.

Para montar mi musaka engrasaré los moldes (en vez de un molde grande de cristal usaré unos moldes de silicona de hacer magdalenas).

Coloco una primera capa con una rodaja de berenjena confitada, sobre la berenjena una cucharada de carne. Un poco de queso rallado, una rodaja de tomate, una cucharada más de carne, una rodaja de calabacín, una cucharada de carne, una rodaja más de berenjena, otra de carne. Sobre estas capas una cucharada generosa de la bechamel y el queso rallado. Cada uno de los moldes 15 minutos al horno, con un toque final de gratinadora.

Si todo ha ido bien cuando repose el guiso el molde habrá de quitarse sin grandes problemas y quedar pequeñas porciones, bocados de musaka.

Si veo que he de tener comensales muy glotones no descarto poner una primera base con patata hervida y cortada en rodajas para que toda la construcción se asiente bien.

El truco para que el plato no se haga muy pesado es utilizar la mandolina para que las rodajas de verdura queden finas, escurrirlas bien antes de montar el plato. Hacer una besamel que no sea plúmbea y cocinar el sofrito de carne a fuego muy suave para que quede esponjoso (no descargo echarle un chorrito mínimo de cerveza al  sofrito).

Cuando prepare el plato colgaré la foto en Instagram.

De momento me contento con el cuadro de Ariadna abandonada en la playa de Naxos. Puedo asegurar que la playa existe, es una playa no muy grande encajada entre las paredes de una cantera de piedras de mármol, el cuadro es de Evelyn de Morgan, está en Londres. Los ingleses se enamoraron de Grecia en el siglo XIX, se enamoraron y se llevaron todo cuanto encontraron de valor, algún día tendrán que devolverlo.
Resultado de imagen de Ariadne en Naxos

jueves, 1 de septiembre de 2016

CCCXCIII.- ARIADNA EN NAXOS (II)


Paso las ultimas horas en Grecia, en Atenas concretamente, el ordenador del Hotel esta configurado en ingles y no reconoce un solo acento, asi que escribo a salto de mata y con una hortografia marcada por las circunstancias.
Al inicio del viaje, hace ya mas de tres semanas, decidi no llevarme mi portatil – por aquello de desconectar un poco mas. La verdad es que he tenido varias veces la tentacion de escribir algo y colgarlo, pero las condiciones de la red en las islas eran francamente malas, apenas podia conectarme unos minutos, con muy poca intensidad, lo justo para revisar los correos, comprobar que la familia seguia bien y constatar que por el pais las cosas seguian sin mucho remedio. Hemos estado tentados de quedarnos en una de las playas perdidas del mar egeo y abrir un chiringuito de paellas junto a la orilla, aqui las cosas son tan dificiles que todo termina siendo sencillo, se vive con lo minimo.
Antes de partir escribi sobre el sueňo de Ariadna y la vigila del dilentante. Irremediablemente todas las noches sobre las cinco de la maňana me he despertado y he estado un rato dando vueltas, en el mejor de los casos podia leer un rato, sin despertar a la familia.
Creo que estoy en mejor disposicion para escribir sobre el sueňo de Ariadna, entre otras razones porque en Naxos – una isla maravillosa a la que espero poder regresar – descubrimos la playa donde Teseo abandono a Ariadna.
Me queda poco tiempo de conexion, en el hotel hay solo 20 ninutos de wifi libre, lo justo para adelantar unas notas y advertir que mi idea de la musaka ha saltado por los aires, nada de lo que he probado en Espaňa tiene que ver con la musaka, entre otras cosas porque en Naxos la preparan con la contundencia de colocar en su base unas patatas confitadas.
En cuanto regrese desarrollare con mas detenimiento mis descubrimientos.
Solo advertir a los amigos de Can Cufa que nos toca el 18 de septiembre gran comida griega, estoy trabajando en algunas ideas.
Eso y un cuadro con la playa.
Hoy toca entrada breve.