viernes, 15 de febrero de 2013

CAP CCXXIV.- Las estaciones del Zascandil. Tercera estación: Mi reino por un gazpacho.


LAS ESTACIONES DEL ZASCANDIL.3ª ESTACIÓN: MI REINO POR UN GAZPACHO.

 

Sábado, 8 de junio.- Daniel pasó la noche inquieto, encadenando pesadillas; el bebé no le ayudó mucho al descanso, se despertó en tres o cuatro ocasiones. Al amanecer Daniel claudicó, sacó a la pequeña de su cuna y la deslizó con cuidado entre las sábanas de la cama de matrimonio, instintivamente Mariela se abrazó a su hija y ambas engancharon rápidamente el sueño, ajenas a las primera luces del día.

Daniel en pijama, sin tiempo para poner el café, abrió el ordenador para revisar el correo de la enigmática señora Rênal:

“Esquivo Daniel: Pensé que en mi correo anterior habría abierto suficientes incógnitas como para excitar tu curiosidad… Anhelante se despide Mdme. Rênal.”

Era complicado especular sobre el origen del correo, no le cabía duda de que quien se lo hubiera remitido o bien le conocía con cierta profundidad o, cuando menos, se había ocupado de documentarse con alguien de su entorno. No creía en las casualidades, en los mensajes había suficientes referencias como para pensar que quien los enviaba era alguien cercano o que pretendía ser cercano, aunque pasa eso hubiera de remover viejas referencias adolescentes.

Lo razonable hubiera sido que le comentara los anónimos a Mariela, no era una mujer celosa ni mucho menos, se había acostumbrado a la vida más o menos nocturna de Daniel y la soportaba con cierto desdén; no preguntaba, no indagaba y sólo pedía que los días en los que él se acostaba tarde por las cenas o se debía levantar pronto para comprar no hiciera excesivo ruido para no despertarla ni a ella ni a la niña.

Probablemente con ese mismo desdén recibiría la noticia de esos mensajes insinuantes y probablemente sería el origen de algunas bromas sobre la incipiente fama de su pareja como cocinero mediático. Por otra parte la tentación de contestar al correo y sondear la posibilidad de conocer la verdadera identidad de la Sra. Rênal le producía cierto placer morboso. Daniel tenía amigos fascinados por el ligoteo en la red, por la creación de dobles o triples personalidades con las que iniciarse en el coqueteo virtual, incluso en el ataque abiertamente obsceno. Internet era el territorio ideal para ciertas perversiones y licencias.

Descartada la complicidad de Mariela, muy agobiada por la niña y por el trabajo, se planteó la posibilidad de pedir consejo a Petra; tampoco era una buena opción, no convenía quebrar la relación jefe empleada con confidencias personales, además Petra era lo suficientemente desenvuelta y directa como para contestar ella a las misivas de Mdme. Rênal. La opción de pedir ayuda a su hermana podría ser más útil, Daniel y Luz apenas se llevaban dos años, había ido juntos al Liceo Francés y ella conocía a todos o, por lo menos, a gran parte de los amigos de Daniel de aquella época lo que podría ayudarle a desentrañar el misterio, en el supuesto de que el origen de los correos se encontrara en la época y en la gente que conoció en el liceo; puede que Luz recordara algún amor frustrado o desatendido aunque tal vez ella pudiera ser cómplice de aquella broma, no era descartable que Luz directa o indirectamente estuviera detrás de los correos porque sólo en ella confluían las referencias de Francia, Matisse, Stendhal y la cocina. Además se daba la circunstancia de que Luz no le tenía especial simpatía a Mariela, la soportaba aunque a veces se le escapara en tono un tanto despectivo la frase: “La argentinita, que tiene los pies de cemento, no te dejará nunca volar, y aún te robará la cartera”. Mariela era hija de padres argentinos, llegó de niña a Barcelona, sus progenitores difundieron la idea de que habían venido huyendo de la dictadura militar a principios de los setenta del siglo pasado pero lo cierto es que no tardó en saberse que el padre de Mariela se había visto implicado en una estafa en Buenos Aires que les obligó a escapar ante el riesgo no ya de la cárcel sino de ser apaleado por los estafados. Mariela estaba convencida de que detrás de esa historia no había otro deseo que el difamar a su padre y que la historia de la estafa no era sino un invento de los propios militares. Fueran o no ciertas las informaciones Daniel decidió ponerse del lado de sus suegros y acallar cualquier rumor o comentario.

Si era Luz la que se escondía tras los correos y ponía así a prueba la estabilidad de la pareja a Daniel no le quedaban sino dos opciones, la primera la de mantener el silencio y esperar a que se aburriera su remitente anónima, la segunda contestar con interés y desenmascarar cuanto antes a su fingida enamorada.

Revisó nuevamente los dos correos y se aprestó a contestarlos convencido como estaba de que era Luz quien le proponía ese juego galante con fin de comprobar si la relación de Daniel con Mariela era suficientemente sólida o sí, como creía Luz, Daniel también zascandileaba en asuntos sentimentales.

“Traviesa Mdme. Rênal, recibí tanto su primera misiva como ésta última con cierta inquietud. Por las referencias que maneja sin duda sabrá que aunque no estoy casado llevo años emparejado felizmente y hace unos meses fui padre de una niña preciosa. En mis circunstancias no parece correcto embarcarse en galanterías, ni tan siquiera en aquellas que de modo frívolo o, cuando menos, ligero pudieran plantearse de modo epistolar.

No quiero que se moleste, me halagan mucho sus comentarios y en otras circunstancias personales y profesionales buscaría el modo de que nos conociéramos, incluso puede que me animara a cocinar sólo para usted, aunque de sus palabras creo entender que ya ha tenido ocasión de probar mis habilidades culinarias.

Le mentiría si le dijera que sus palabras me han dejado indiferente, veo que me conoce bien, conoce bien mi trabajo y los territorios en los que me muevo. Los cuadros de Matisse, que reproduce con cierta picardía, se encuentran entre los que más me gustan. Tanto las referencias pictóricas como su propio alías – Mdme. Rênal – me llevan a pensar que la influencia francesa va más allá del simple juego y que a usted, tanto o más que a mí, le fascina todo lo francés.

Me ha costado un poco descubrir el libro del que elige usted sus recetas pícaras, al final he caído en la cuenta de que maneja usted la versión española de “La Cucina impúdica”, la versión que yo manejo va acompañada de imágenes y estampas que hacen todavía más sugerentes los títulos de los platos que cocina el autor anónimo que hace casi cien años se animó a escribir este breve divertimento. Sabrá usted que el libro se publicó con la leyenda de “recetas secretas de una mujer de mundo reveladas a quien pretenda serlo”.

Espero que comprenda mi distancia y prevenciones, que no considere oportuno provocar ningún encuentro, ni tan siquiera fortuito; aunque para premiar su osadía le ruego que siga atenta el programa de radio en el que colaboro ya que tengo previsto cifrarle un mensaje que espero que reciba.

Cortésmente Daniel, conocido como el Zascandil”.

No quiso Daniel repasar su mensaje, rápidamente le dio a la tecla de enviar.

Aprovechando la tranquilidad de la mañana empezó a planificar la cena japonesa que le habían encargado. Barcelona estaba plagado de restaurantes japoneses, alguno de ellos excelente, estaba claro que los futuros comensales al acudir al Zascandil buscaban algún aliciente más.

Rebuscó entre los estantes del salón hasta recopilar todos los libros de cocina del Japón, la mayoría eran divulgativos, de enciclopedias de cocina internacional, había también una pequeña obra sobre técnicas para cortar el pescado y un vistoso recetario de Nobu, la franquicia de cocina Japo/americana que hacía las delicias de la clientela más cool de Londres, Nueva York y París. Visto así le parecía halagüeño que le hubieran elegido a él para preparar un evento gastronómico oriental.

Lo primero que tendría que hacer era hablar con su pescatera de confianza para que estuviera preparada el día de la compra, acudiría al mercado acompañado de los comensales y creía imprescindible cierto ceremonial que pasaba por visitar las cámaras en las que reposaban los pescados, debería pedirle que para ese día guardara grandes piezas sobre todo de túnidos y de pescados azules, no iría mal que le localizaran el llamado pez mantequilla, incluso algunas lubinas salvajes con las que poder preparar ceviches o tiraditos – ya se estaba despeñando hacia la deriva japo/andina, también de moda y mucho más cool.

Era esencial que la pescatera instruyera a los asistentes sobre el modo en el que calibrar la frescura del pescado, los indicadores que permitían identificar los excesos de plomo, cobre y otros metales en las piezas. Para aquella pantomima no le quedaba otro remedio que garantizar a la pescadería una compra mínima elevada para lo que no descartaba incluso la posibilidad de que los comensales pudieran comprar también pescado.

El segundo de los actos que debía programar era el de dar unas nociones sobre las técnicas para cortar el pescado, circulaban por la red cientos de videos de cocineros japoneses practicando el ritual del secado, limpieza y cortado del pescado para el sushi y para los rollitos. Le pediría a Petra que le filmara algunas tomas seleccionando y preparando las piezas para poderlas proyectar en los tiempos muertos previos a la cena, que vieran los comensales que el Zascandil era un experimentado sushiman; puede que tuviera que aderezar su biografía con un stage en Tokio, algo no del todo falso ya que pasó un invierno en Japón aunque no entre fogones, sino persiguiendo un amorío japonés que había conocido un verano en Granada.

Sería imprescindible contar con algún asistente asiático en la cocina, creía que no habría ningún problema, de hecho en su barrio había un sushi express que repartía a domicilio makis y tallarines, era un garito minúsculo llamado Doctor Wakanabe, lo regentaba una pareja, ella catalana/el japonés, no sería muy complicado pedirle al Wakanabe que durante una noche y por el módico salario de 300 euros se aviniera ayudarle en la cocina. Petra, Luz y el doctor Wakanabe eran una combinación lo suficientemente cosmopolita como para fascinar a sus clientes; en esta ocasión prescindiría de Germán – el conocido de su hermana – ya que su aspecto y maneras no terminaban de encajar en el ambiente sofisticado que pretendía imprimir a la cena.

Petra además de preparar el video y de ayudar en los fogones – tenía que sugerirle que se depilara los brazos y que se arreglara un poco el pelo -, debería hacer una selección de imágenes orientales que terminaran de configurar el clima del rebost; una opción podría ser la de elegir la serie japonesa de Monet, los cuadros de los jardines y mujeres con kimonos que había pintado tras su viaje a Japón.

Respecto de los platos a preparar creía que no habría muchos problemas si se planteaba dos licencias, la primera la de japonesizar algunas recetas de su repertorio habitual, la segunda la de incorporar platos que no siendo auténticamente japoneses tuvieran un toque oriental.

Sin solución de continuidad mandó un mensaje a Luz y a Petra convocándolas a una reunión ejecutiva el lunes a las 11 de la mañana, les acompañó un memorándum de la cena japonesas y les asignó ya algunas tareas preparatorias. El sábado fue un día absolutamente eufórico y japonés. El domingo, por el contrario, le asaltaron las dudas y a punto estuvo de rechazar el encargo, estaba perdiendo el estilo, el marchamo propio que le podría permitir despuntar; en pocas semanas había abierto muchos frentes – la radio, la publicidad de los supermercados, los nuevos menús del Zascandil -, ninguno de ellos era sólido, corría el riesgo de diluirse, de zascandilear. Pese a las dudas no le quedaba más remedio que aceptar el encargo, todavía no podía permitirse el lujo de rechazar clientes.

Mariela aprovechó la tranquilidad del domingo para terminar de aclarar las perspectivas del verano, ella sólo tenía 20 días de vacaciones; otros años Daniel aceptaba pasar unas semanas ayudando en el restaurante de un hotel en LLança, en el alt ampordá; el hotel le facilitaba una habitación y cierta flexibilidad de horario, sobre todo a medio día, aunque por las noches debía oficiar su papel de chef con ínfulas vanguardistas – espumas, gelés y en saladas orientales -. A Mariela le gustaban esos días de playa y pensaba que el primeros días de playa de la pequeña serían divertidos, de hecho había animado a sus padres a reservar unas noches en ese mismo hotel.

Daniel eludió tomar una decisión definitiva, estaba pendiente de saber si entrarían nuevas reservas en el Zascandil y las expectativas de ampliar sus intervenciones en la radio. Mariela se enfadó y le aseguró que ella y la niña irían en todo caso a la playa de Llança.

 

El lunes por la mañana tuvo la reunión operativa con Luz y con Petra; el chico de doctor Wakanabe había mostrado interés por la propuesta pero le resultaba imposible acudir a la primera reunión. Petra recibió con cierta perplejidad las indicaciones y tareas del jefe, aprovechando un instante de relax colgó en todas las pantallas del rebost una imagen divertida y apostilló.


-      Herrrr ZascÁndil creo que estás patinando. Terminarás haciendo tacos tex-mex y poniendo corridos mejicanos.

A Luz se le escapó una sonrisa, aunque el gesto seco de Daniel le llevó a seleccionar las primera imágenes japonesas de Monet.

A última hora de la mañana Daniel recibió una llamada del productor del programa de radio, no eran instrucciones pero sí sugerencias no del todo vinculantes: La cadena de supermercados había sacado para la temporada de verano una línea de gazpachos de marca blanca, Gazpachos de confianza, que convenía promocionar; Daniel recibiría unas muestras ese mismo lunes por si podrían servirle como inspiración para la próxima receta. Los datos de audiencia eran esperanzadores y la productora se planteaba incluso poder proponerle un espacio semanal, un consultorio culinario de confianza.

Un espacio semanal no sólo mejoraría la estabilidad económica del proyecto, también le permitiría estabilizar una plataforma permanente de publicidad del Rebost, propondría, si era posible gestionar el consultorio desde su cocina, ayudado por una webcam que le permitiera publicitar en streaming el programa.

Se pasó la mañana mandando mensajes a Mariela, intentando recomponer los equilibrios quebrados durante el fin de semana, le propuso incluso prepararle una comida especial los dos mano a mano en casa. Agobiado por los silencios mandó un mensaje al hotel de Llançá aceptando la oferta de incorporarse como cocinero para los cookshows de la noche, el contrato sería por un mes y medio, en idénticas condiciones que los años anteriores, con la única salvedad de que este año necesitarían una cuna en la habitación; además consiguió que a sus suegros les hicieran un descuento especial del 25% por las cinco noches reservadas. Después de mandarle un último mensaje informando a Mariela de sus decisiones estivales consiguió que ella bajara las defensas y le contestara que prefería que tomaran una ensalada por el centro, tenían que comprar algo de ropa de verano para la pequeña. Se tomarían la tarde libre.

El martes acudió al mercado, le costó mucho convencer a Mariloli, la pescatera, para que le dejara organizar la gira por el mercado con parada en las cámaras frigorífica.

-      Mi niño – le dijo la pescadera -, ya sabes que eso está prohibido, como me pillen los inspectores del ayuntamiento se me cae el pelo.

Tras garantizarle a Mariloli que el gasto en pescado del grupo podría llegar a superar mil euros, la pescatera dio su brazo a torcer, incluso aceptó que fuera el doctor Wakanabe quien diera las explicaciones referidas a la frescura del pescado.

El resto de semana discurrió tranquila y Daniel pudo preparar unas notas para la radio. Gazpacho, mi reino por un gazpacho. Daniel recordó que meses antes se habían descubierto los restos del Rey Ricardo III, el monarca británico cruel y contrahecho al que Shakespeare había puesto en su boca la frase de: Un caballo, mi reino por un caballo. Daniel se puso ante el micrófono del ordenador para dar el alarido:

-      Un gazpacho, mi reino por un gazpacho. Aprietan los calores y todos daríamos nuestro reino y quién sabe si incluso parte de nuestra vida por un gazpacho de confianza, un gazpacho casero que aspirara a ser algo más que un zumo de tomate aguachinado y cargado de vinagre. Para un gazpacho de confianza es necesario contar con productos frescos, de confianza…

Para el éxito de su nueva intervención en el programa era esencial que Daniel no hubiera llegado a probar el gazpacho industrial que recibía por cortesía de su patrocinador, de hecho no podía ni tan siquiera tener los envases a la vista, fueron directamente al consumidor de la basura.

-      El acierto de los gazpachos – continuó – está en la calidad de los tomates, preferiblemente de pera y en el instrumental empleado; os recomiendo que lo paséis y coléis mediante un colador de los llamados chinos. Si vais a utilizar la batidora es preferible que peléis antes los tomates, para que no queden los restos de pellejos en el gazpacho. En cada casa cada madre tenía un truco para personalizar el gazpacho, para hacerlo de su entera confianza, estaban las que recomendaban añadir media manzana starky pelada, o media zanahoria pelada también; las que sustituían el pan de barra del día anterior por pan de molde; la que no utilizaba pepino o la que añadía unas semillas de comino; otras recomendaban quitarle el corazón a los ajos, incluso escaldarlos antes en agua hirviendo durante dos o tres minutos, el tiempo mínimo para que perdieran bravura. Estoy seguro que termina por haber tantos gazpachos como madres y que todos pensamos que como el gazpacho de casa ningún otro.

Tomó aire y detuvo la grabación durante unos minutos para revisar los libros que tenía extendidos sobre la mesa.

-      No voy a daros la receta del gazpacho auténtico, no porque no exista sino porque en mi caso se trata de un secreto casi de estado, un secreto que sólo estará al alcance de los que se animen a comer o cenar en mi restaurante. Pero creo que es divertido hacer referencia a algunos posibles gazpachos aún a sabiendas de que hoy por hoy hemos terminado llamando gazpacho a cualquier crema fresca de verduras y hortalizas. El gazpacho nació en principio como un plato humilde, de aprovechamiento, era un modo de utilizar los tomates golpeados o pasados; sin embargo con el paso del tiempo el gazpacho ha terminado por colarse en los salones más distinguidos y es un plato fundamental en verano en cualquier mesa. Para el programa de hoy he rebuscado en mi biblioteca y he encontrado un recetario de altísima alcurnia, el recetario de la Casa de Alba, en el año 2010 Eva Celada publicó para la editorial Grijalbo un libro titulado “La cocina Actual de la Casa de Alba”, allí aparece una docena larga de cremas frías a las que llaman gazpachos, cremas de toda índole con la característica fundamental de ser frescas, por lo tanto muy apropiadas para afrontar los calores estivales. Hoy recopilo alguno de estos gazpachos, los que me parecen más originales empezando por uno hecho con melón y menta para el que se necesita un melón de dos kilos debidamente pelado y despepitado, el zumo de un limón, que sustituye al tradicional vinagre, y un chorro de aceite de oliva, sal y pimienta según gustos y un par de ramas de menta fresca; se pasa todo bien por la batidora, se cuela y se deja reposar. La duquesa, que al parecer es muy aficionada al picante, le añade unas gotitas de tabasco. Este gazpacho se presenta a la mesa con unas tiras de bacón fritas y con unas hojitas picadas de menta para adornar; no creo que esta receta tenga ningún problema para aceptar también un dientecillo de ajo.

-      En este mismo libro aparece también otra crema original, un gazpacho de lechuga, para el que se necesitan dos lechugas medianas bien limpias, en vez de las lechugas romanas o de orejas de burro podríamos utilizar cuatro cogollos de lechuga. Se lavan y escurren bien, se pican y se mezclan con dos yogures naturales sin azúcar, un diente de ajo, un chorrito de vinagre de jerez y otro de aceite, sal y pimienta. Se pasa por la batidora la mezcla y se rectifica con agua en función de las apetencias de consistencia de los comensales, se cuela y se deja reposar y enfriar en la nevera. Se presenta en la mesa con huevo duro picado y un puñadito de alcaparras.

-      También reseña un gazpacho de remolacha, pepino y queso gruyer. La base de este gazpacho es un pepino pelado, media cebolla, ½ kilo de remolacha cocida, 1 kilo de tomates de pera y dos dientes de ajo; se pasa toda esta mezcla por la batidora mezclándolo con un chorrito de vinagre de jerez y una buena dosis de aceite, sal y pimienta; al final se le añade agua fresca hasta lograr el espesor que agrade al cocinero. Se sirve frio con trocitos de queso gruyer y unos daditos o tiras de remolacha cocida.

-      Por lo visto a la duquesa también le gusta una crema de tomate y albahaca, sin ajo y sin otras verduras, la crema de yogur y pepinos; ya veis que el gazpacho lo aguanta casi todo. Para acabar, atendiendo a una consulta que me ha hecho una oyente misteriosa, madame Rênal, os apunto una última receta de un gazpacho/crema de zanahorias. Madame Rênal me sugiere que afronte alguna receta de contenido afrodisiaco y yo me he animado a retocar la receta originaria añadiéndole un trocito de raíz de jengibre, le dará un toco exótico y sensual a una crema que ya de por sí es muy apetecible. Para esta receta se necesita un pimiento rojo, dos tomates rojos, medio kilo de zanahorias y 4 zanahorias baby adicionales, orégano, zumo de limón, aceite y sal; a estos componentes yo le añado, en homenaje a esta oyente, un dadito de raíz de jengibre pelado y unas gotitas de salsa perrins que seguro que mi enigmática madame agradecerá. Para hacer esta crema hay que empezar pelando las zanahorias y partiéndolas en dos o tres trozos cada una, se poner a cocer durante 3/4 minutos con una pizca de sal. Cuando pasen los cinco minutos se escurren y enfrían rápido – es una crema de verano, no un puré. Una vez fríos se pasan al vaso de la batidora, al que se incorporan los dos tomates pelados y, en la medida de lo posible, despepitados, así como el pimiento, el dadito de jengibre, el zumo de un limón, sal, una pizca de orégano y pimienta. Se traba la crema con un chorro de aceite de oliva y se le añade un vaso de agua fría. Se cuela la crema y se deja enfriar. Se sirve adornado con hojas de orégano y con las zanahorias baby cortadas en rodajitas. Es sin duda una receta propicia para los rituales de amor.

Daniel remitió el archivo de sonido a Petra para que lo pasara a papel y pudiera revisarlo; mandaría la receta a la radio con el margen de unos días por si era necesario pulirla; esperaba que con sus comentarios la patrocinadora del espacio quedara satisfecha y pudiera colar después las cuñas promocionando el gazpacho de confianza, un gazpacho que el Zascandil había tirado directamente a los contenedores de basura.

Transcurrieron los días sin grandes sobresaltos y Daniel afrontó su programa dedicado a los gazpachos; ese día se levantó animado y terminó especialmente satisfecho del brío y la soltura con la que había ido desgranando todas y cada una de las recetas y consejos. Media hora después de haber terminado su intervención recibió un nuevo mensaje de Madame Rênal:

“Pícaro Daniel: No te negaré que tu respuesta por correo me dejó un tanto fría, desilusionadas; sé perfectamente cuáles son tus circunstancias personales y el efecto que podrían producir mis interferencias. A pesar de todos los pesares lo cierto es que la atracción y deseo que siento por ti me arrastra a ser osada e intentar contagiarte de mi osadía.

Acabo de escucharte en la radio y no te quepa duda de que prepararé la receta, aunque nada me agradaría más que ver como la preparas mientras yo te aguardo recostada en una tumbona, tomando el sol.

Por lo que te leo y escucho me temo que nuestro posible encuentro queda todavía lejano, pero no me resisto a provocarte y a decirte que el próximo sábado asistiré a un concierto de un cuarteto de cuerda que hay programado en la Pedrera, es un concierto nocturno; nada me excitaría más que podernos cruzar clandestinamente y rozarnos entre penumbras. No creo que estés todavía en condiciones de reconocerme, aunque probablemente habrás ya especulado con mi identidad y aspecto. Claro que nos hemos visto en más ocasiones de las que piensas, aunque probablemente te habré pasado desapercibida, de ahí mi reto, de forzarte a escrutar entre las personas que acudirán a ese concierto. Como quiero ponerte las cosas fáciles y que no te escuden en excusas absurdas para eludir mi envite te aseguro que hay a tu disposición dos entradas en la taquilla de la Pedrera, van a tu nombre.

                Compruebo tu sagacidad y descubro que has adivinado mis referencias culinarias, cierto es que manejo la edición ilustrada de la Cocina Impúdica, editado en castellano por Ediciones TREA en 2005. Dado que tú me has dedicado una receta erótica esta mañana en la radio te acompaño yo la cita de otra receta erótica, una crema de apio, dice internet que Sus largos tallos poseen androstenona y androstenol, dos feromonas naturales, que producen un efecto de atracción en el sexo opuesto. Cuando una persona come un trozo de apio, libera moléculas de estas sustancias en la boca. Éstas viajan a través de la garganta hasta la nariz. Una vez allí, las feromonas producen un aroma casi imperceptible que ayuda a que (especialmente las mujeres) se sientan más atraídas. Además, el apio contiene muy pocas calorías y es una alimento que tiene mucha fibra. Así, que se puede comer todo lo que se quiera, sin preocuparse por el peso.

                Ahí va mi cita, cargada de androstenona y androsenol. Crema de Apio: Mientras me tiraba de los lazos del corpiño ante la chimenea llamada del torneo, en la galería del Hotel Jacques Coeur, Mme. H.B. me dijo que acababa de recordar un proverbio que repetía su abuela cuando ayudaba a limpiar las verduras. Si l’homme savait l’effet du céleri, il en remplirait son courtil”… Para empezar escalda dos grandes corazones de apio y resérvalos aparte. Después diluye 250 gramos de harina de arroz e medio litro de leche fría. En una olla lleva casi a ebullición medio litro de caldo de pollo. Ayudándote con una varilla, añade la harina de arroz al caldo y bátelo para que no queden grumos. Añade los dos corazones de apio y dos dientes de ajo y cuece el preparado durante al menos una hora y media a fuego leento. Pasa el contenido de la olla por la estameña y vuelve a ponerlo al fuego. Añade un vasito de nata líquida fresca, una pizca de nuez moscada, una de pimienta y rectifica el punto de sal. En el momento de servir la crema, en una sopera previamente calentada, espolvorea con un par de cucharadas de queso gruyer.

                Esta crema tiene un defecto, concluyó Mme. H.B., es deliciosa solo si la acompañas con una copa de champán.

                Ya ves, deseado Zascandil, que mi receta puede ser tanto o más afrodisiaca que la tuya; como también lo puede ser la nueva reproducción de Matisse.
 

Indaga en Matisse y a lo mejor descubres un poco más de mí.

Ilusionada se despide Mdme. Rênal”.

1 comentario:

  1. Entretenido el capítulo del Zascandil, los gazpachos y la crema de apio tienen que estar buenísimos, la "puti" de Matisse no me convence. Jubi

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